Para que sea comprendido en cuanto mundo del sentido -del 'sentido ausente' o del sentido excrito-, el mundo también debe comprenderse según la apertura cósmica del espacio que nos toca: esta constelación de constelaciones, amasijo o mosaico de miríadas de cuerpos celestes y de sus galaxias, sistemas de torbellinos, deflagraciones y conflagraciones que se propagan con lentitud fulgurante, la velocidad en cuanto inmóvil de movimientos que atraviesan el espacio menos de lo que lo abren y menos de lo que lo espacian a él mismo en sus móviles y sus mociones, universo en expansión y/o en
implosión, red de atractores y de masas negativas, espacio-textura de espacios huidizos, curvos,
invaginados o exo-gastrulados, catástrofes fractales, signos sin mensajes ni destinos, universo cuya unidad no es más que la unicidad en sí abierta, distendida, distanciada, difractada, desmultiplicada, diferida. Universo único al estar abierto solamente sobre su propio desvío en relación con la nada, en la nada, su 'alguna cosa' que hay allí lanzada de ninguna parte a ninguna parte, desafiando infinitamente todo tema y todo esquema de 'creación', toda representación de producción, de engendramiento, incluso de surgimiento, y, sin embargo, para nada masa inerte, sempiterna, autopuesta, sino venida más extensa, más distendida que de todo origen, venida siempre pre-venida y siempre pre-viniente, sin providencia y, sin embargo, no privada de sentido, sino siendo ella misma el sentido en todos los sentidos de su estrellamiento.

                                                                                       JLN en El Sentido del Mundo