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(…)
Hay
“herejía” cuando una posición mayoritaria tiene el poder de nombrar en su propio discurso y de excluir como
marginal a una formación disidente. Una autoridad sirve de marco de referencia
al mismo grupo que se separa o que la misma autoridad rechaza. El “cisma”, por el contrario, supone dos
posiciones de las cuales ninguna puede imponer a la otra la ley de su razón o
la de su fuerza. Ya no se trata de una ortodoxia frente a una herejía, sino de
iglesias diferentes. Así es la situación en el siglo XVII.
(…)
Este
“estallido fatal de la antigua religión de la unidad” hace recaer
progresivamente en el Estado la capacidad de ser para nosotros la unidad de
referencia. Una unidad que se desarrolla bajo la forma de la inclusión,
valiéndose de un juego sutil de jerarquizaciones y de arbitrajes, y cuya
estructura es más bien de tipo ternario (los tres “estados”, etc.).
(…)
Difícil
y violento, el reacomodo del espacio religioso en iglesias o en “partidos” no
es acompañado únicamente por una gestión política de las diferencias. Cada uno
de los grupos nuevos manipula las costumbres y las creencias, efectúa para su
provecho una reinterpretación práctica de situaciones organizadas anteriormente
según otras determinaciones, produce
su unidad a partir de los datos tradicionales, y se procura los medios
intelectuales y políticos que aseguran una reutilización o una “corrección” de
pensamientos y conductas. Mediante el control, la unificación y la difusión
catequéticas, la doctrina se convierte en un instrumento que permite la fabricación de cuerpos sociales, su
defensa o su extensión.
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