(...)Vertiginosa la sucesión de imágenes en mi cabeza cansada, las palabras no pueden seguirlas. Curiosa la semejanza de las huellas que encuentran en mi memoria los recuerdos más distintos.(...)


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O solo había que mirarle las manos, que casi siempre estaban trabajando un trozo de madera, o por lo menos tocándolo, mientras que sus ojos podían escuchar de pronto para averiguar qué cualidad o qué forma había escondido en aquella madera. Nunca cortaba un árbol sin hablar antes con él detenidamente, nunca sin asegurarle la supervivencia antes con una semilla o una rama, que le arrancaba y hundía en la tierra. Sobre maderas y árboles sabía cuanto había que saber. Y las figuras que tallaba cuando nos sentábamos juntos, y que nos regalaba luego como premios, se convirtieron entre nosotros en símbolos para reconocernos. Si llegabas a una casa y encontrabas tallas de Anquises , animales u hombres, sabías que podías hablar francamente, y que podías pedir ayuda en cualquier circunstancia , por difícil que fuera. Así, cuando los griegos mataron a las amazonas, escondimos a Mirina y a varias de sus hermanas en cabañas en cuya antecámara  había una ternera, una cabra o un cerdo de madera de nuestro Anquises.(...)

                                                                                    Christa Wolf en Casandra