Al escribir sobre el mezcal, Heinrich Klüver observó que las alucinaciones geométricas simples
que uno puede experimentar con las drogas alucinógenas eran idénticas a las que se daban en la
migraña y en muchos otros estados. Creía que dichas estructuras geométricas no se basaban en la
memoria ni en la experiencia personal, ni en el deseo ni en la imaginación; se construían a partir de
la mismísima arquitectura de los sistemas visuales del cerebro.

Pero mientras que las estructuras de fortificación en zigzag son enormemente estereotipadas y
quizá pueden comprenderse por los receptores de orientación de la corteza visual primaria, hay que
buscar un tipo de explicación distinta para las estructuras geométricas que cambian y permutan
rápidamente. Aquí necesitamos explicaciones dinámicas, considerar la manera en que la actividad de
millones de células nerviosas puede producir estructuras complejas en cambio constante. De hecho
podemos ver, a través de dichas alucinaciones, parte de la dinámica de una gran población de células
nerviosas vivas, y, en particular, cómo se organizan al permitir que surjan pautas de actividad
complejas. Dicha actividad funciona a un nivel celular básico, muy por debajo del nivel de la
experiencia personal. Así pues, las formas alucinatorias son universales fisiológicos de la
experiencia humana.
Es posible que dichas experiencias sean la base de nuestra obsesión humana con las estructuras y
del hecho de que las estructuras geométricas hayan acabado formando parte de las artes decorativas.
Cuando era niño me fascinaban las estructuras de nuestra casa: las baldosas cuadradas y coloreadas
que había en el suelo del porche delantero, los pequeños hexágonos de la cocina, el diseño en espiga
de las cortinas de habitación, la tela a cuadros del traje de mi padre. Cuando me llevaban a la
sinagoga para la celebración, me interesaban más los mosaicos de diminutas baldosas del suelo que
la liturgia religiosa. Y adoraba el par de armaritos chinos de nuestra sala de estar, pues en su
superficie lacada había un repujado de dibujos maravillosos y complicados a diferentes escalas,
formas dentro de formas, todas rodeadas por racimos de zarcillos y hojas. Estos motivos
geométricos y enlazados me resultaban de algún modo familiares, aunque hasta años después no se
me ocurrió que era porque los había visto en mi cabeza, y que esas formas se hacían eco de mi
experiencia interior de los intrincados azulejos y volutas de la migraña.
(...)
Entre los neurocientíficos abunda cada día más la percepción de que la actividad autoorganizada
en grandes poblaciones de neuronas visuales es un requisito esencial de la percepción visual, que así
es como comienza la visión. La autoorganización espontánea no se restringe a los sistemas vivos;
también se puede ver en la formación de cristales de nieve, en las agitaciones y remolinos de las
aguas turbulentas, en ciertas reacciones químicas fluctuantes. En estos casos la autoorganización
también es capaz de producir geometrías y formas en el espacio y el tiempo, muy parecidas a las que
uno podría ver en un aura de migraña. En este sentido, las alucinaciones geométricas de la migraña
nos permiten experimentar en nosotros mismos no sólo un universal del funcionamiento nervioso,
sino un universal de la propia naturaleza.
                      
                                                                                                  Oliver Sacks en Alucinaciones