Acción de la estructura

Ciencia
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Si se acepta llamar campo del enunciado al campo en que se establece la lógica; campo de la palabra al del psicoanálisis, anticipando sobre nuestro saber pronunciaremos la exigencia de una posición nueva en el espacio del lenguaje, y produciremos esta proposición: que un campo, que tiene como pertinencia cardinal la cientificidad o no, debe constituirse como campo del discurso.
Cuando la lógica construye un sistema formalizado, expresa el alfabeto de sus símbolos, un conjunto inicial de fórmulas y reglas para su formación y su deducción, a pesar de que los enunciados que producirá no se duplicarán con ninguna dimensión virtual; cuando una actividad lógica se dedica a sistemas que ella misma no engendró, esta dimensión sigue siendo, en rigor, reductible. Por el contrario, los enunciados aislados en el campo lingüístico se refieren a un código cuya virtualidad es esencial, y los define como mensajes. Pero la comunicación misma no cuenta, y tanto la emisión como la recepción más que formar parte del campo, fijan sus límites.
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Nosotros nos ocupamos de esta palabra forzada por el objetivo consciente de su fin como veracidad, que llamamos discurso.
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La articulación fundamental que estructura los discursos como palabras forzadas  prescribe una lectura de los mismos que no es ni un comentario ni una interpretación.
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El “estructuralismo” a nivel del enunciado solo debe ser un momento para una lectura que busca la falta específica que sostiene la función estructurante a través de lo que hace las veces de aquella. Para esta lectura transgresiva que atraviesa el enunciado hacia la enunciación, nos pareció conveniente el nombre de análisis.

La falta de que se trata no es una palabra callada que bastaría con sacar a la luz, no es una impotencia del verbo o una astucia del autor, es el silencio, el defecto que organiza la palabra enunciada, es el lugar oculto que no podía aclararse porque es a partir de su ausencia que el texto era posible y que los discursos se proferían: Otra escena donde el sujeto eclipsado se sitúa, desde donde habla, por la cual él habla. La exterioridad del discurso es central, esta distancia es interior.
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De hecho, es el corte epistemológico lo que reencontramos, pero al abordarlo por su vertiente exterior, debemos reconocer el privilegio y el status científico inédito de un discurso de la sobredeterminación que constituye su campo en el exterior de toda ciencia en general y cuya conminación tanto teórica como práctica (terapéutica o política) está dada por el “Wo es war, soll ich werden” freudiano, que convoca, según nuestra opinión, al sujeto científico a reasumirse.

Conocemos dos discursos de la sobredeterminación: el discurso marxista y el discurso freudiano. Dado que el primero está liberado por Louis Althusser de la hipoteca que hacía pesar sobre él la concepción de la sociedad como sujeto histórico, así como el segundo lo fue por Jacques Lacan de la interpretación del individuo como sujeto psicológico, unirlos nos parece ahora posible. Sostenemos que los discursos de Marx y de Freud son susceptibles de comunicarse por medio de transformaciones reguladas, y de reflejarse en un discurso teórico unitario.

                                                                                     Septiembre de 1964

La máquina panóptica

Ninguna crueldad
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La prevención es lo que realiza la rentabilización máxima del capital-dolor, ya que se extiende sobre todos los delincuentes posibles, es decir, “poco a poco, toda la humanidad”.
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La escenificiación utilitrarista
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Más profundamente, se puede percibir que todo dispositivo utilitarista es necesariamente teatral, debido a que no solamente todo sirve a algún fin, sino que todo ahí hace sentido. Toda función es un rol.

Prisiones del lenguaje
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Los hombres, las palabras, se trata de detener sus fluctuaciones, de enmarcar todos los desplazamientos, de fijarlos de una vez por todas a un lugar o, al menos, de no perderlos nunca de vista en sus movimientos, de congelarlos. Antes de ser liberal, está claro, el utilitarista es despótico.

Dos amos
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El cálculo de los placeres, que le valió a Bentham lo más claro de su celebridad, es el postulado necesario para la racionalización de la política. Es el instrumento del juez, no del psicólogo. Es el símbolo de una justicia perfecta, que sabría medir los daños y las reparaciones. La máquina para calcular el placer y el dolor, en la cual los comentadores de Bentham se interesaron por ella misma, si pudiera funcionar, aun de la forma más imperfecta, sería el medio ideal para el dominio de los individuos y las comunidades. Su secreto lo revela la primera frase de la “Introducción”:”La naturaleza puso a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer”.
En el hombre Benthamiano el sometimiento es originario.
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Teoría de lalengua
(Rudimentos)
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Lacan es un amo. Decir esto es de entrada decir que no es un sabio, filósofo que se adecua al orden del mundo y cambia su deseo. No es tampoco el famoso sin-manos. Ninguna moderación, ninguna temperancia, nada de neutralidad. Aquel que creyera ser siempre analista no lo será jamás. La apatía analítica, fuera de los cuatro muros de la sesión, es la abyección misma.
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Amo es aquel que no teme al vecino, que siempre exige que uno se conforme a la convención. Amo es aquel a quien no se le van los ojos a izquierda y derecha, ni hacia atrás y a todos lados. Amo es aquel que no cede en su deseo y que de este modo es él solo una caravana que pasa.
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El amo está pues quizás en la posición de creerse autorizado a todo. Y es entonces cuando, ciego, cae. La verdad es que al amo nada le está permitido. Está atornillado a un lugar del que no se sale. Y si acaso olvidara el límite de su poder, el discurso de la histérica, que lo fastidia, está allí para recordárselo.
Llego ahora al Lacan el histérico.
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Matemas I / J.A. Miller