Esta es la diferencia entre lo que anda y lo que no anda: lo que anda es el mundo, y lo real es lo que no anda.
El mundo marcha, gira en redondo, es su función de mundo. Para percibir que no hay mundo, a saber, que hay cosas que solo los imbéciles creen que están en el mundo, basta destacar que hay cosas que hacen que el mundo sea inmundo, si me permiten expresarme de este modo. De esto se ocupan los analistas, de manera que, contrariamente a lo que se cree, se confrontan mucho más con lo real que los científicos. Solo se ocupan de eso. Están forzados a sufrirlo, es decir, a poner el pecho todo el tiempo. Para ello es necesario que estén extremadamente acorazados contra la angustia.
Cuando hablé de ella hace tiempo, en 1962-1963, en el momento en que tuvo lugar lo que llaman el psicoanálisis francés la segunda escisión, esto produjo algún efecto, un ligero remolino. Uno de mis alumnos que había asistido durante todo el año a mi seminario sobra la angustia, vino a verme entusiasmado, hasta tal punto que me dijo que había que meterme en una bolsa y ahogarme. Me amaba tanto que esta era la única conclusión posible para él. Le grité palabras injuriosas y lo eché fuera, lo que no le impidió sobrevivir e incluso unirse finalmente a mi Escuela.
Ya ven cómo son las cosas. Las cosas están hechas de extravagancias. Quizás este sea el camino por el que puede esperarse un futuro del psicoanálisis –haría falta que este se consagre lo suficiente a la extravagancia-.


de J.L en El triunfo de la religión.